Bajo un mismo Cielo, cuerpos celestes en la obra de Rocío Montoya

La forma en la que los seres humanos hemos comprendido nuestro lugar en el cosmos ha cambiado de modo significativo en el tiempo y seguramente lo seguirá haciendo conforme la tecnología, esa forma de prolongar nuestros cuerpos hacia fronteras que por el momento desconocemos, siga progresando. Los telescopios, las sondas, las inteligencias artificiales…, nos permiten saber más de aquello que está más allá de nuestra comprensión.

En la exposición 10 viento/11 casa, Rocío Montoya explora a través de diversos medios, como el grabado en aguafuerte y el dibujo en carboncillo, las formas estéticas en la que la astrofotografía, ha registrado el cielo en diferentes eventos astronómicos relevantes para el avance del estudio de la astronomía en México y a nivel mundial. Esta investigación ha dado como resultado un cuerpo de obra heterogéneo que revela no solamente la historia, algunas veces anecdótica, otras burocrática, del desarrollo del conocimiento astronómico en el país, pero también del desmantelamiento de sus instituciones y la dispersión de sus archivos. 

Aunque en el territorio -que ahora llamamos México- la observación celeste ya había dado incontables frutos entre los pueblos originarios y de manera más moderada en la época colonial, no fue sino hasta 1874 que una comisión de científicos e intelectuales realizaron el primer viaje con fines astronómicos a Japón, para presenciar el tránsito de Venus, fenómeno en el que el planeta pasa entre el sol y la Tierra y que es visible cada 243 años, dados los ángulos de las órbitas de los dos planetas.

Montoya representa la observación de este evento que conllevó una serie de aventuras por varias partes del mundo y que resultó en la fundación del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), primero en el castillo de Chapultepec y posteriormente en Tacubaya, en la Ciudad de México. 

En los años de funcionamiento del observatorio, se realizaron entre otros eventos observaciones de eclipses lunares, manchas solares, el tránsito de Mercurio de 1907, que, a diferencia del de Venus, sucede alrededor de 13 veces en un periodo de 100 años. Acontecimientos que Montoya recupera en sus piezas reproduciendo en algunos casos las placas fotográficas fallidas para la ciencia que, sin embargo, guardan una magia especial, en la que los errores técnicos generan imágenes espectrales.

El proyecto que ocupó la mayoría de los esfuerzos del OAN fue La Carta del Cielo, una iniciativa internacional en la cual participaron 18 observatorios de 11 países con telescopios similares, quienes se comprometieron a cartografiar las estrellas más brillantes de sus latitudes. Esta hazaña que comenzó en 1887 tomó décadas en realizarse y, para 1947, el observatorio fue desmantelado y su telescopio trasladado a Tonantzintla, Puebla, en dónde hoy permanece.

De este periodo, Montoya recupera las placas fotográficas de la galaxia de Andrómeda y las Pléyades en una serie de grabados en agua tinta. 

En la pieza que da nombre a la muestra ”10 viento/11 casa”, la artista realiza un ejercicio cartográfico de las estrellas presentes en el cielo, conservando la estética de representación del proyecto de La Carta del Cielo, ubicado en la fecha 1309, inscrita en el pectoral de oro, descubierto en la tumba 7 de Monte Albán, que marca, entre otras cosas, la unión de los calendarios zapoteco y mixe, dos maneras distintas de concebir el tiempo en una misma región. 

En la década de los años setenta, cuando se da por concluido el proyecto de La Carta del Cielo, superado por los avances en la astrofotografía de la época, sucede otro evento que pone a México, pero sobre todo a Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oaxaca, en el mapa de la comunidad científica, un eclipse total de sol, hito que Montoya recupera en un prodigioso dibujo sobre loneta a unos cuantos segundos de que la luna cubra por completo a nuestra estrella más cercana.

A través de este recorrido, la obra de Montoya nos invita a reflexionar sobre nuestro lugar en el espacio/tiempo, un viaje que realizamos minuto a minuto en la nave espacial Tierra bajo un mismo cielo.

Marcela Chao Ruiz